DE MI PASO POR ÉSTE MUNDO
Autobiografía, Capítulo I
Mi relato comienza el día 25 de febrero de 1986, en alguna sala de parto en el hospital de Lomas de Chapultepec, en la delegación Miguel Hidalgo, allá en la Ciudad de México. En punto del cenit de aquel día, ingresaron a mi madre a la sala de parto, con contracciones que indicaban el advenimiento de mi ser a este mundo. Lo recuerdo vagamente, aunque con una claridad poco usual.
Ahí estaba yo, cómodamente suspendido en una piscina hecha a mi medida, mi pequeño y tibio mundo. Yo estaba plácidamente dormido, hasta que comencé a sentir cierta presión. Las contracciones. Yo no me quería ir de aquel utópico mundo, así que me resistí.
De repente, me empecé a sentir calientito y muy ligero. El eco de mis latidos resonaba en el interior de mi pequeña esfera, y una sensación extraña invadió mi diminuto sistema. Abrí mis ojos y me sorprendí al notar que de mi nariz salían algo así como patitas. Mi mano se doblaba vacilante al moverse y en los pies tenía un dedo extra. No sabía contar aún, pero sabía que habían más dedos que la última vez que me fijé. Estaba drogado. Una primera dosis de anestesia había sido administrada derectamente en el sistema nervioso de mi made, e inevitablemente una microdosis se filtró hasta mi sistema, repercutiendo en mi propio cuerpo y provocando mis peculiares alucinaciones.
Repentinamente perdí mi presencia de espíritu y al parecer quedé inconsciente, pues no recuerdo qué pasó después. Sólo recuerdo que en un instante, mi piscina se secó; y una cegadora luz penetraba mi barrera. Acto seguido empezaron los forcejeos, tirones y giros. Me estaban extrayendo. Algo gomoso me estaba sacando de mi santuario. El doctor a cargo, se dio a la tarea de “traerme al mundo”, con el lujo de ni si quiera preguntarme si era ése mi deseo. Abrí mis ojos para tratar de ver, pero la luz era demasiado intensa, demasiado blanca. Y yo no conocía la luz. Me sentí aturdido ante tanto ruido y los rumores de las enfermeras, y me colgaron boca abajo. Entonces volví a abrir los ojos y lo ví. Ahí estaba, con su gorrito y su traje azul. Ese hombre era el responsable de los últimos momentos de sufrimiento por los que acababa de pasar. Él y nadie más que él era culpable de haberme sacado de mi cómoda piscina. Lo miré fijamente, tratando de gesticular todo mi odio ante su espeso bigote.
Pero el “doc” no se inmutó, sino que me dió la vuelta y sin más preámbulo me dió mi primer nalgada.
Recién llegado al mundo y ya estaba yo llorando, sufriendo del maltrato y el abuso, y con un letrero que decía “Éste es tu nuevo mundo, bienvenido al primero del resto de tus días”. Aparentemente una enfermera se apiadó de mí y me arrebató de las manos de aquel hombre, y me envolvió en una manta. Cómoda, suave y tibia, pero nada comparado con el vientre materno. Y así, tras varias dosis de anestesia y al cabo de poco más de 17 horas de trabajo de parto, siendo la 1:22 de la madrugada del 26 de Febrero de 1986, yo, Gustavo, nací.
1 comentario:
OMFG!!! chido q va con tu blogg, chido nacimento, lastima que el doc boto la placenta jajajaja. Cuídese morroo.
Soy spider-man!!!
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